Esther Morales se levanta a oscuras y sale de casa a su pequeño restaurante en el centro de Tijuana, México, a preparar tamales que más tarde entrega en refugios, donde buscan comida: los migrantes, desamparados y deportados. “Creo que es en tiempos difíciles como estos, que hay que ayudar a los más necesitados”, platica la mujer mientras cocina los tamales en La Antigüita, su negocio sobre la céntrica Calle Cuarta en la ciudad. Esta semana, Esther ha llevado tamales al Albergue de la Madre Asunta —un refugio para mujeres migrantes solas o con niños pequeños. También a El Jardín de las Mariposas, un lugar de acogida para migrantes de la comunidad LGBT, y a la Casa del Deportado Sagrado Corazón. Sin embargo también “llevo a las calles”, platica, “voy a donde sé que hay mucha gente necesitada aquí en el centro ” de la ciudad. En su restaurante, mientras cocina, Esther platica que “esta olla, ya va a estar; le falta como una hora y llevo los tamales a alguno de los albergues”. Desde que empezó abril, luego de que el gobernador de baja California Jaime Bonilla ordenó a los ciudadanos quedarse en casa, Esther ya no abrió La Antigüita para recibir comensales. Sin embargo, prepara unas dos docenas de tamales que lleva a una tortillería cercana para que los vendan a cambio de una comisión. Con esa venta subsiste y cubre los costos de los tamales que lleva a los necesitados. El último viernes, cuando la cocinera se presentó a la Casa del Deportado Sagrado Corazón, ya la esperaba frente al refugio un grupo de deportados y desamparados sentados al borde de la acera. Perla del Mar, directora de la casa, salió contenta a recibirla. Sacó platos limpios en que sirvió y entregó tamales a cada uno de los necesitados. “Para muchos, o tal vez para todos ellos, esto es todo lo que van a comer en todo el día”, dijo. Luego la directora llevó tamales a personas de la tercera edad en el refugio, a quienes se les recomendó no salir a la calle, excepto por emergencias, para prevenir contagios del COVID-19. Perla del Mar explicó a La Opinión que la pandemia vino a endurecer las carencias de los migrantes y deportados en Tijuana. “Nunca hemos tenido ayuda del gobierno, nos valemos con la buena voluntad de las personas y ahora hay más deportados, más gente necesitada”, explicó. Esther Morales conoce bien esas historias. Vivió décadas en Huntington Park en el área de Los Ángeles, siempre como empleada de alguien más y su sueño era ser independiente y abrir su propio negocio de tamales. Conocedora de su sazón oaxaqueña, sabía que le tenía que ir bien. Sin embargo, una tarde de abril de 2010 cuando se dirigía a trabajar se topó con un retén de inspección policiaca. Los agentes descubrieron que era indocumentada y la entregaron, en una época en que California carecía de leyes de protección a los migrantes. La llevaron a un centro de detención seis meses; los agentes de migración descubrieron que ya la habían deportado ocho veces y siempre regresó a Los Ángeles. Los agentes nunca le preguntaron por qué regresaba, pero Esther tenía un motivo fuerte: Eliza, su hija de 15 años de edad —quien sin ella en la casa, se quedaba sola en Los Ángeles. Esther platica que la deportación fue muy dura y las condiciones para regresar aún más. Sufrió de depresión, cayó un tiempo en el alcoholismo, deambulaba en las calles de Tijuana, pero querer ayudar a su hija y salir adelante le ayudó a levantare y hasta le comenzó a cumplir deseos: hace un par de años abrió La Antigüita. Esther no solo se levantó por sí misma sino que cuando supo que había una organización de madres deportadas, se llevó al restaurante a algunas de ellas que ganaran algo de dinero y les sirviera estar ocupadas, mientras aprendían a cocinar. Pues “casi todas solo habían trabajado en oficinas y mostradores”, recuerda. La Antigüita floreció y Esther ya tenía variedad en los tamales, de los de “puro elote” pasó a los tradicionales, luego incluyó los envueltos en hoja de plátano, después empezó a vender desayunos y finalmente comidas. Platica que le resulta curioso que todo el tiempo que vivió en Los Ángeles quiso tener su puesto para vender tamales a los estadounidenses pero no fue hasta que fue deportada a Tijuana que consiguió esa clientela. Hasta que llegó la pandemia, la mayoría de sus clientes cruzaban la frontera para comer ahí. Desde Tijuana apoyó constantemente a Eliza, quien en 2019 se graduó en psicología en la Universidad de Pasadena. Son recuerdos que Esther tiene en mente al ayudar ahora a los necesitados. “Hay algo que le quiero decir”, dice desde el refugio Corazón de Jesús. “Tal vez no todos son migrantes pero son seres humanos, que ahorita como está la situación necesitan ayuda porque nadie ha volteado a verlos”. Para ayudar, puedes visitar: facebook.com/LaAntiguitaTamaleria/